Por Julián Caliva
La historia de mi mamá no tiene nada en particular que la resalte de la historia de otras mujeres en Argentina. Nacida en el 44 en una casa (y barrio) de trabajadores que supieron abrazar al peronismo en la primera hora, y dentro de este movimiento identificarse con Evita más que con el General; quizás porque era mujer o quizás porque Evita era como era ella: sin grises, o blanco o negro, bastante directa sin dejar lugar a la duda.
La cosa es que mi vieja mamo esa idea, encima el padre (el polaco Zieminski) era delegado de la Mercedes Benz, lo cual le traía más de un problema, pero orgullosamente, y después de ejercer la jornada laboral se hacia un tiempo para ejercer esa función y militar en una unidad básica de W. Morris . Siempre cuenta la alegría que tubo el día que se aprobó el sufragio femenino, porque al fin el General se aseguraría dos votos más: el de la esposa y de la hija. Pero la cosa no fue tan fácil; las primeras veces que le toco votar en el cuarto oscuro no se encontraba la boleta de Perón, proscrito desde su caída en 1955. Hubo que esperar un tiempo bastante largo para que mi vieja pudiese introducir en la urna la tan ansiada boleta de Perón, mas precisamente 11 largos años donde se sucedieron presidente constitucionales con los otros, lo que las minorías elegían a espaldas del pueblo y por la fuerza. Recién 1973 se dio el gusto. Después vino la etapa oscura y con el retorno de la democracia pudo votar en el 83, pero, siempre hay un pero, en las sucesivas elecciones dejo de figurar el padrón, para aparecer de nuevo en el 89. Y claro, se dejo llevar por las propuestas de riojano y cometió el peor voto de su historia.
Así que resumiendo, la historia cívica de mi mamá es bastante triste: de las 26 veces que hubiese podido votar solo lo pudo hacer 14, y encima en 4 de ellas la opción que le gustaba estaba prohibida, y en una oportunidad fue alevosamente engañada.
Es así que en los últimos años, sobretodo a partir de la década del 90, mi vieja había perdido la esperanza, ya prácticamente no le interesaba la política y estaba más que desahuciada. Pero por suerte llego el pingüino y de a poco le devolvió la dignidad, como persona y como ciudadana.
Este año que paso mi vieja empezó con una perdida notoria de la vista, después de varias consultas le diagnosticaron una de las peores enfermedades: cáncer. Ya le extirparon el glóbulo ocular y el pronóstico que tiene no es bueno. Pero sigue el tratamiento y la lucha y la va a seguir luchando: por ella, por los nietos, por mí y porque quiere volver a votar en el 2013 a Cristina Fernández, que dicho este de paso también le detectaron esa enfermedad. La verdad es que no se cual va a ser el final, si tengo en claro que si ellas dos no bajan los brazos, menos lo tenemos que hacer nosotros. Porque se hizo mucho, pero falta un montón.
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