No es mi objetivo buscar culpables. Está claro que a Néstor Kirchner nadie lo obligó a no parar ni un segundo, aún sabiendo - allí lo heroico - que podía morirse.
Nadie, claro, en términos particulares, pero si se sentía apremiado por consolidar un proyecto político que pudiera finalmente cambiar la calidad de vida de millones.
Las estrategias de ir por todo, de compañeros que entregaron su vida mucho antes que él, fueron suficiente prueba, para que se convenciera que había que construir con lo que se tenía a mano lentamente, ir por lo posible sin negociar las principales convicciones y cabalgar una etapa de incomodidad para acelerar sobre el final e instalar un modelo de país como tantas veces describió.
Lo primero que debió afrontar fue un adelanto en sus planes. La propia Cristina Fernandez de Kirchner reconoció que el proyecto era Kirchner 2007, y no 2003, con lo que el primer desafío fue acelerar desiciones y pactar con sectores más allá de lo que hubieran querido ambos en el proyecto original. Sin embargo, salió exitoso, y hoy, revisando su presidencia hay una revalorización de los cambios que logró, incluso la batalla cultural que impulsó y ganó.
La presidencia de Cristina Fernandez era la pausa ideal que Kirchner necesitaba para tomar aire y dedicarse a profundizar la construcción latinoamericana, y tender algunos lazos para reforzar definitivamente, desde el 2011, el proyecto político que hoy se puede ver claramente.
El conflicto de las patronales sojeras, apuntaladas por los medios y por corporaciones económicas, no le da respiro a Kirchner. Lo obliga a defender al gobierno recién asumido y sin construcción, todavía, de un modelo de comunicación como ya existe hoy, y combate con el poder de fuego de los monopolios.
A Kirchner no se le cayó ningún anillo por bajar al barro para pelear, desde una candidatura a diputado, contra las corporaciones y contra una gran parte de la sociedad engañada y en contra. Perdió. Perdió?
Increíblemente, con el proyecto político pasó lo mismo que ahora empieza a suceder con su muerte. Cuando todos lo daban por terminado, Cristina y Néstor aceleraron, profundizaron y retomaron la iniciativa de una manera pocas veces vista.
El proyecto se revitalizó. Acompañado allí por otros actores sociales que no existían en el conflicto con la burguesía sojera de la pampa húmeda, redobló esfuerzos y fue por más.
Néstor Kirchner no descansó un minuto. Puso pasión y vida. El cuerpo no lo acompañó. Lo paradójico es que Kirchner muere, pero la sociedad entierra a los opositores.
Muchas veces, muchos políticos han dicho “Voy a luchar hasta las últimas consecuencias”, “Voy a dejar mi vida por esta causa”, pero siempre estuvieron vacías. Kirchner las llenó de un contenido que rebalsa por los cuatro costados y se expande en miles de jóvenes militantes que lo lloraron como a un ídolo de rock.
La mística peronista, que incluso sobrevivió al más asqueroso neoliberalismo, otra vez está entre nosotros. El amor, la pasión, el sentimiento y el dolor se mezclan con lo tangible de la política, la economía, la militancia y la construcción.
Se han buscado comparaciones con Alfonsín o Perón. Que cuanta gente fue al velatorio, que cosas aportaron y que deudas nos dejaron. Error.
La muerte de este hombre políticamente incorrecto, de traza desproliza y andar desprejuiciado es únicamente comparable a la muerte de Eva. Porque una cosa es morir y otra dar la vida. El caso de Néstor Kirchner es el segundo. El de Eva también.
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