Por Julían Caliva
El próximo 7 de junio se conmemorará el Día del Periodismo; siempre para esta fecha se resalta la importancia que tiene en la vida democrática esta profesión, aunque muy pocas veces se habla de cómo, lamentablemente, la misma ha caído en manos de verdaderos monopolios económicos donde lo único que hacen es extorsionar al poder de turno para beneficio propio.
Días pasados estuvo de visita en la Argentina el legendario periodista Robert Cox, que vivió en este país entre 1959 y 1979, estando en los últimos años como director del diario Buenos Aires Herald donde le toco cubrir los horrores de la dictadura militar. Fue uno de los pocos periodistas que acepto publicar información sobre las personas secuestradas y desaparecidas por este nefasto régimen. Gracias a estas denuncias que realizó pudo ayudar y salvar a muchas personas, entre ellas a los nietos de Juan Pablo Schroeder, la hija del pastor menonita Patricia Anna Erb, al maestro Alfredo Bravo, al escritor Antonio Di Bennedetto, al periodista Jacobo Timerman por nombrar solo algunos.
Para tal ocasión, la revista EL MONITOR DE LA EDUCACIÓN (publicación mensual del Ministerio de Educación de la Nación) le realizo una entrevista en donde se puede destacar los siguientes conceptos para reflexionar acerca de lo que fue y es esta profesión:
“Ya han pasado más de treinta años y todavía no logro explicarme porque mis colegas de los diarios nacionales no hicieron lo básico y elemental de su función periodística: informar”
“Durante la última dictadura militar, todo el mundo veía lo que pasaba: los Ford Falcon verde por las calles, con hombres con ametralladora, los uniformados que paraban un colectivo, hacían bajar a todos y se llevaban a dos o tres personas. Pero nadie lo publicaba, entonces la gente seguía con sus vidas pensando que no pasaba nada. La falta de información es terriblemente peligrosa”
“La mayor dificultad ha sido, por entonces, decirles a los lectores lo que no querían escuchar y señalarle lo que no deseaban ver. El pueblo argentino no quería conocer los secretos sucios de su gobierno, y la prensa le daba el gusto a no informar lo que ocurría. Los grandes diarios faltaron mucho a su deber de informar lo que pasaba y los dueños de esos medios tiene una gran responsabilidad por ellos. Estoy totalmente convencido de que se podría haber evitado muchas muertes publicando con rapidez la noticia de la desaparición, porque los militares hubieran pensado dos veces lo que hacían: o hubieran puestos a los secuestrados en una cárcel, legales o habrían dejado en libertad. Lo que pasa es que los medios silenciaron todo – tanto, que los familiares debían pagar las solicitadas que se publicaron con los nombres de los desaparecidos- y entonces los militares no tenían que dar cuenta de lo que estaban haciendo. Las instituciones del país colapsaron, entre ellas la salvaguarda y último recurso de la ciudadanía que son los medios.
1 comentario:
La peor opinión es el silencio: hablemos de la estafa de Schoklender
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