Pensaba, de manera muy egocéntrica quizá, porque el tema de la dictadura cívico militar, me moviliza visceralmente. O mejor dicho, porqué muchos que no hemos tenido ni siquiera un pariente lejano que fuera víctima de esa larga noche negra de 7 años, nos hemos transformado en militantes de esa causa y la hemos abrazado de manera apasionada, tratando de ayudar en lo que se pueda y desde donde se pueda a ejercitar la memoria, buscar la verdad y exigir justicia.
Creo que de alguna manera, por la forma de encarar la vida, las personas que como yo lo hacen, es porque se sienten plenamente identificados con los ideales que llevaron a esos miles de compañeros a entregar la vida. No hace falte compadecerse de una madre rondando la plaza, ni condenar la maquinaria asesina que desplegaron civiles y militares para poder sentirse parte de lo que esos hombres y mujeres querían para el futuro de la patria. También ellos lo hicieron como pudieron y con lo que había a mano.
También pensaba en cierto vedetismo vacío de ideología y sentimiento que acredita, a veces, a algún pariente lejano de alguna víctima, para que “chapee” en algún mitin con que tiene un primo, un cuñado, o un concuñado desaparecido. Y pensando esto es que me descubrí sintiendo asco por quienes usan la memoria de alguna víctima para escalar en la situación que sea.
También pensaba que gracias a decisiones políticas muy firmes en derechos humanos, desde el 2003, Néstor y Cristina propiciaron un escenario donde es una obligación del estado buscar la verdad e impartir justicia. Claro, que sin los colectivos de madres, abuelas, hijos, y tantas otras organizaciones de DDHH, no sería posible, pero que decisivo fue que ese flaco desgarbado que vino de la Patagonia y junto a su morocha compañera, hayan puesto las cosas en su lugar y avanzaran hacia lugares de los cuales ya volveremos.
Porque la verdad y la justicia son obligaciones del estado, pero ellos apostaron más y fueron por medidas concretas que accionen la memoria dormida de los argentinos. El simple hecho de instaurar el 24 de marzo el Día de La Memoria tan solo una muestra de lo que trato de significar.
Ahora queda el desafío más grande para los próximos años. Perdurar y persistir, aún ante la falta de muchas madres o abuelas. Dar la gran batalla cultural que perdimos en los 70 a sangre y fuego para que podamos ejercitar muchísimo más la memoria. Porque en Junín todavía hay muchos cómplices del engranaje criminal que caminan libremente y hasta miran de manera socarrona y amenazante.
En un rato me voy a la plaza. Como todos los años. A estar ahí donde debemos estar todos los que sentimos desde las vísceras que nuestros compañeros están entre nosotros apuntalándonos para que levantemos las banderas que debieron dejar manchadas de sangre y continuemos por ese camino.
Por ellos y por la patria, sin que nos roben la alegría, como dicen las madres, a seguir.
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