Por Eduardo Anguita para Miradas al Sur
Hace ya 18 años solía ir a la redacción de la calle Tacuarí a entregar las colaboraciones para el Clarín dominical. Era habitual cruzarse con colegas y amigos de la vida. En una oportunidad, encontré a uno con el que había cursado la facultad.
Un tipo lúcido, criado en un barrio de gente dura. De esos buenos periodistas en los que su costado intelectual tiene que hacer un gran esfuerzo para hacerse paso entre el futbolero y el guapo. Mirá ese escritorio –me dijo–. Ése es un lugar privilegiado. Miré y no tenía nada excitante. Era tan feo como todos los muebles rústicos de escritorio de las redacciones. Completamente desangelado. ¿Sabés por qué es un lugar clave? –insistió–. Porque desde ahí se ve el ascensor, y cuando alguno de acá, del segundo, sube al cuarto, hace correr la bola de que el fulano fue a hablar con Dios. Y con una cara suave, que nada tenía que ver con el pibe duro que conocía, me aclaró: Dios es Magnetto. Ojo, Dios porque no lo ves, pero está en todas partes.
Héctor Magnetto jamás era visto en la redacción y ninguno de los periodistas del diario se cruzaba con él en un pasillo. El hombre que estaba a cargo del diario era un misterio. Y lo sigue siendo. La tradición era que los elegidos eran los que guardaban silencio.
Los que bajaban del cuarto y se iban derechito a su escritorio sin derrochar chimentos en el camino dando tela para tejer conspiraciones y espionajes no más graves que las pequeñas miserias de la vida. Pero en el caso de Clarín, ese estilo resultó la contracara de la elegida por su fundador, Roberto Noble, cuyo busto está en la entrada misma del edificio. El próximo viernes 28, todos saludarán los 54 años de la aparición del primer número del diario que Noble dirigió por casi 24 años. Recuerdo una anécdota que me contó Osvaldo Bayer, quien guarda un gran respeto por Noble, que se paseaba por la redacción y departía con los periodistas. En pleno gobierno de Arturo Frondizi, Bayer pasó un mes preso por una quijotada: invitado al pueblo de Rauch a hablar, no tuvo mejor idea que contar las andanzas del mercenario y asesino de indios, el militar prusiano Federico Rauch. Pero lo interesante es que, a poco de salir de la prisión, Bayer estaba sentado frente a su máquina de escribir, cuando Noble se le plantó atrás. ¡Zas. Soné! –se dijo Bayer–. Pero, para su sorpresa, Noble le dijo: Usted va a ir a la mesa de redacción. La respuesta del sorprendido Bayer fue: No, doctor. Yo no puedo ir a la mesa de los jefes. Soy de izquierda. Precisamente –replicó el director–. Me dicen que la mesa es muy de derecha. Por eso será jefe de Política y Fuerzas Armadas. Pasados los años, llegaba la dictadura de Juan Carlos Onganía. Noble no llegó a ver la caída del dictador –ocurrida en mayo de 1970– porque murió en enero de 1969 y su viuda, Ernestina Herrera, que nada tenía que ver con el periodismo, quedaba al frente del diario. El general Roberto Levingston reemplazaba a Onganía y, a poco de andar, Bayer publicó un artículo que produjo la ira del nuevo dictador. Bayer se enteró de que Levingston no tomaba muchas decisiones porque vivía borracho. Y lo publicó tal cual en Clarín. Al día siguiente, Levingston visitó Clarín, primero fue a la oficina de la directora y luego bajó acompañado por ella a la redacción. Ernestina, por entonces joven y bella, hizo que los periodistas se acercaran. Se armó el semicírculo y ella, al lado del dictador, disparó: Entre nosotros hay un traidor. Bayer, como un voluntario a la misión suicida, dio un paso al frente y dijo: Usted se refiere a mí. La escena, patética, terminó con la media vuelta del dictador y la directora, satisfechos ambos por el escarnio público.
A partir de entonces, Bayer fue a Cultura y Espectáculos hasta que, finalmente, le encomendaron hacer artículos intemporales que casi nunca salían publicados. Un buen día, harto del ninguneo, el maestro de periodistas se acercó a la oficina de Octavio Frigerio, que por entonces manejaba la línea editorial, y presentó la renuncia. La respuesta fue seca: Es lo que estábamos esperando. El estilo áspero de Frigerio hacía escuela en algunos de los que llevaba. Uno de ellos fue Magnetto, quien entró a principios de los setenta al diario. Su experiencia era la de contador en una tienda de artículos del hogar que llegó a la quiebra. Entró como adscripto a la dirección de la mano de Frigerio.
El contador fue creciendo. Durante la dictadura de Jorge Videla, el hombre que luego se haría llamar Dios pudo probar lo que son los negocios en tiempos de genocidio. Papel Prensa, adopción de hijos de la directora, Malvinas, demasiadas cosas sellaron la capacidad de mando de Magnetto. Cuando llegó el menemismo, pudo hacer realidad el sueño del multimedio. Pero así como Carlos Menem había sido un buen socio los primeros años, no cedió a las pretensiones del Grupo de extenderse a la telefonía. Fue entonces que, bajo la supervisión divina, el Grupo decidió contratar a semiólogos y sociólogos para tratar de impedir la reelección de Menem. Pero, en mayo de 1995, el riojano al que nadie recuerda haber votado, ganó cómodo.
Pocos meses después, en agosto, Clarín celebró sus 50 años y la declaración de hostilidades abiertas a Menem con la investigación del contrabando de armas a Croacia y Ecuador. Magnetto fue quien comandó esa cruzada. Cuando llegaban las elecciones de 1999, el hombre fuerte del multimedio fue contundente: ahora el Presidente lo ponemos nosotros. Y así fue que llegó Fernando de la Rúa. No era una cuestión de simpatías políticas sino de construcción de poder. Basta recordar que el oponente en aquellos comicios fue Eduardo Duhalde, quien más tarde llegó a la Casa Rosada con el empuje de Clarín.
Duhalde, que era senador por Buenos Aires, a principios de 2002, logró que la asamblea parlamentaria lo eligiera. La primera carpeta que debía meter en el Congreso era la Ley Clarín, para evitar la quiebra del grupo, fuertemente endeudado. Con modificaciones, la ley salió y el Grupo quedó fortalecido.
La ira de Dios, por estos días, llegó a los niveles más altos. Con las acciones en baja, con la pelota en movimiento para todos, con la fusión entre Cablevisión y Multicanal en graves problemas y con el proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales listo para ingresar a Diputados. Algunos dicen que la Presidenta lo mandará el jueves, porque es el Día de la Radiodifusión. Otros sostienen que la fecha va a ser tomada por Dios como un modo de amargar la fiesta del viernes, aquella en la que el monopolio recordará la salida del primer número de Clarín.
Un tipo lúcido, criado en un barrio de gente dura. De esos buenos periodistas en los que su costado intelectual tiene que hacer un gran esfuerzo para hacerse paso entre el futbolero y el guapo. Mirá ese escritorio –me dijo–. Ése es un lugar privilegiado. Miré y no tenía nada excitante. Era tan feo como todos los muebles rústicos de escritorio de las redacciones. Completamente desangelado. ¿Sabés por qué es un lugar clave? –insistió–. Porque desde ahí se ve el ascensor, y cuando alguno de acá, del segundo, sube al cuarto, hace correr la bola de que el fulano fue a hablar con Dios. Y con una cara suave, que nada tenía que ver con el pibe duro que conocía, me aclaró: Dios es Magnetto. Ojo, Dios porque no lo ves, pero está en todas partes.
Héctor Magnetto jamás era visto en la redacción y ninguno de los periodistas del diario se cruzaba con él en un pasillo. El hombre que estaba a cargo del diario era un misterio. Y lo sigue siendo. La tradición era que los elegidos eran los que guardaban silencio.
Los que bajaban del cuarto y se iban derechito a su escritorio sin derrochar chimentos en el camino dando tela para tejer conspiraciones y espionajes no más graves que las pequeñas miserias de la vida. Pero en el caso de Clarín, ese estilo resultó la contracara de la elegida por su fundador, Roberto Noble, cuyo busto está en la entrada misma del edificio. El próximo viernes 28, todos saludarán los 54 años de la aparición del primer número del diario que Noble dirigió por casi 24 años. Recuerdo una anécdota que me contó Osvaldo Bayer, quien guarda un gran respeto por Noble, que se paseaba por la redacción y departía con los periodistas. En pleno gobierno de Arturo Frondizi, Bayer pasó un mes preso por una quijotada: invitado al pueblo de Rauch a hablar, no tuvo mejor idea que contar las andanzas del mercenario y asesino de indios, el militar prusiano Federico Rauch. Pero lo interesante es que, a poco de salir de la prisión, Bayer estaba sentado frente a su máquina de escribir, cuando Noble se le plantó atrás. ¡Zas. Soné! –se dijo Bayer–. Pero, para su sorpresa, Noble le dijo: Usted va a ir a la mesa de redacción. La respuesta del sorprendido Bayer fue: No, doctor. Yo no puedo ir a la mesa de los jefes. Soy de izquierda. Precisamente –replicó el director–. Me dicen que la mesa es muy de derecha. Por eso será jefe de Política y Fuerzas Armadas. Pasados los años, llegaba la dictadura de Juan Carlos Onganía. Noble no llegó a ver la caída del dictador –ocurrida en mayo de 1970– porque murió en enero de 1969 y su viuda, Ernestina Herrera, que nada tenía que ver con el periodismo, quedaba al frente del diario. El general Roberto Levingston reemplazaba a Onganía y, a poco de andar, Bayer publicó un artículo que produjo la ira del nuevo dictador. Bayer se enteró de que Levingston no tomaba muchas decisiones porque vivía borracho. Y lo publicó tal cual en Clarín. Al día siguiente, Levingston visitó Clarín, primero fue a la oficina de la directora y luego bajó acompañado por ella a la redacción. Ernestina, por entonces joven y bella, hizo que los periodistas se acercaran. Se armó el semicírculo y ella, al lado del dictador, disparó: Entre nosotros hay un traidor. Bayer, como un voluntario a la misión suicida, dio un paso al frente y dijo: Usted se refiere a mí. La escena, patética, terminó con la media vuelta del dictador y la directora, satisfechos ambos por el escarnio público.
A partir de entonces, Bayer fue a Cultura y Espectáculos hasta que, finalmente, le encomendaron hacer artículos intemporales que casi nunca salían publicados. Un buen día, harto del ninguneo, el maestro de periodistas se acercó a la oficina de Octavio Frigerio, que por entonces manejaba la línea editorial, y presentó la renuncia. La respuesta fue seca: Es lo que estábamos esperando. El estilo áspero de Frigerio hacía escuela en algunos de los que llevaba. Uno de ellos fue Magnetto, quien entró a principios de los setenta al diario. Su experiencia era la de contador en una tienda de artículos del hogar que llegó a la quiebra. Entró como adscripto a la dirección de la mano de Frigerio.
El contador fue creciendo. Durante la dictadura de Jorge Videla, el hombre que luego se haría llamar Dios pudo probar lo que son los negocios en tiempos de genocidio. Papel Prensa, adopción de hijos de la directora, Malvinas, demasiadas cosas sellaron la capacidad de mando de Magnetto. Cuando llegó el menemismo, pudo hacer realidad el sueño del multimedio. Pero así como Carlos Menem había sido un buen socio los primeros años, no cedió a las pretensiones del Grupo de extenderse a la telefonía. Fue entonces que, bajo la supervisión divina, el Grupo decidió contratar a semiólogos y sociólogos para tratar de impedir la reelección de Menem. Pero, en mayo de 1995, el riojano al que nadie recuerda haber votado, ganó cómodo.
Pocos meses después, en agosto, Clarín celebró sus 50 años y la declaración de hostilidades abiertas a Menem con la investigación del contrabando de armas a Croacia y Ecuador. Magnetto fue quien comandó esa cruzada. Cuando llegaban las elecciones de 1999, el hombre fuerte del multimedio fue contundente: ahora el Presidente lo ponemos nosotros. Y así fue que llegó Fernando de la Rúa. No era una cuestión de simpatías políticas sino de construcción de poder. Basta recordar que el oponente en aquellos comicios fue Eduardo Duhalde, quien más tarde llegó a la Casa Rosada con el empuje de Clarín.
Duhalde, que era senador por Buenos Aires, a principios de 2002, logró que la asamblea parlamentaria lo eligiera. La primera carpeta que debía meter en el Congreso era la Ley Clarín, para evitar la quiebra del grupo, fuertemente endeudado. Con modificaciones, la ley salió y el Grupo quedó fortalecido.
La ira de Dios, por estos días, llegó a los niveles más altos. Con las acciones en baja, con la pelota en movimiento para todos, con la fusión entre Cablevisión y Multicanal en graves problemas y con el proyecto de Ley de Servicios Audiovisuales listo para ingresar a Diputados. Algunos dicen que la Presidenta lo mandará el jueves, porque es el Día de la Radiodifusión. Otros sostienen que la fecha va a ser tomada por Dios como un modo de amargar la fiesta del viernes, aquella en la que el monopolio recordará la salida del primer número de Clarín.
1 comentario:
En resumen, un buen tipo este magnetto.
Buena la entrada saludossss
www.parahector-conamor.blogspot.com
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