23/7/09

El voto de Cobos. (Un año después)


María Isabel De Gracia, una compañera de Carta Abierta La Plata, me acerca una nota que vale la pena repasar a un año del voto No Positivo de Julio Cobos.

La lógica del rating
Todo tiene su lógica y también el voto de Cobos. Y no solo el voto, sino también la forma en que mucha gente lo tomó. Es la lógica del rating.
La lógica del rating ha inventado el “minuto a minuto”, es decir, la medición del rating mientras dura el programa. De esta manera se puede cambiar sobre la marcha incorporando atracciones o alargando un segmento rendidor. Es así como el programa no tiene un contenido predeterminado sino que se va adaptando a la respuesta de la audiencia. Los conductores y actores se sienten “presionados” por el rating. Como nadie quiere ser reemplazado todos se esfuerzan en hacer lo que le piden. El rating manda. Los medios mandan.
Para conseguir rating no interesa que recursos uses, para la lógica del rating cuanto más ilógica e inesperada sea tu presentación más chances de que seas mirado y “midas”. En la lógica del rating, aparecer en televisión, aunque sea por el motivo más absurdo o vergonzante (por ejemplo ser declarada la “boluda total del mes”) es un logro, un éxito. Pasás a ser protagonista y no un actor segundón. Y la misma lógica la aplican los que miran. El rating legitima todo. La gente ha aprendido que el rating se asocia con el éxito, un personaje que tiene rating, por ejemplo, Marcelo Tinelli, es un hombre exitoso. Se lo respeta y se lo trata como un hombre que merece respeto, hasta la Señora de la Televisión (Mirtha Legrand para los despistados) se arrodilla y le besa los pies a Tinelli. Y otros se arrodillan frente a ella y la besan a ella (la TV rinde loas a la TV para instruir con el ejemplo). El rating justifica todo, o mejor, hace perder de vista todo, con su fuerza magnética y seductora borra todo el paisaje y deja en pie solamente un principio: si llegaste, está bien. O: está bien, porque llegaste. Lo demás no importa. Estos principios son los que respetó Cobos al pie de la letra cuando emitió su voto “no positivo”.[i]
A algunas personas les pareció que Cobos “tenía huevos” por haber votado en contra de la Presidenta. Tal como se presentó la movida, “huevos” hubiera tenido si hubiera votado en contra de la audiencia. Sin contar que si alguien usa la expresión “tener huevos” para referirse a la valentía o a la convicción de los funcionarios, deja afuera a todas las mujeres (y por supuesto a la presidenta) que nunca podríamos tener esas cualidades (es cierto, en las mujeres lo llaman “soberbia”). Lo que demuestra también que la cuestión de género está presente siempre, cualquiera sea el tema que se analice en la Argentina (bonus: ¿hubiera “tenido huevos” Cobos para votar en contra de un presidente varón? ¿O a lo mejor no hubiera encontrado tanto “campo” fértil para desarrollar esa jugada?).

La familia es lo primero
Me llamó la atención que en su discurso titubeante Cobos mencionara que él también era “padre de familia”. Primero pensé que habían amenazado a su familia, después me enteré que había justificado su voto en el llanto de sus hijas, quienes, presentes en su despacho a la hora decisiva, le rogaron que votara por el “no” porque sino no iban a poder “salir a la calle” (otra vez la lógica del rating). Pero detengámonos en “el llanto de sus hijas”. ¿Está bien que un funcionario público ponga el sufrimiento de sus hijas por encima de su obligación institucional? Me hago esta pregunta porque presiento que muchos contestarían que sí. De hecho, conozco mucha gente que en la vida cotidiana, pone el “llanto de sus hijas” por encima del resto de la gente, por ejemplo, es más importante que sus hijas tengan la colección completa de barbies (¿ya son antiguas no?) que que los hijos de otros duerman en la calle. El sufrimiento que es impensado e inadmisible para unos, es normal y natural en los otros. Pero sin llegar a estos extremos “melodramáticos” cuántas veces nos tenemos que bancar que los hijos de nuestros conocidos nos salten encima, nos contesten mal o nos obliguen a prestarles atención continua, solo porque son “intocables” a los que nadie puede –ni debe- ponerles freno. Supongamos sin embargo que acá no se trata de ninguno de estos dos casos –ni una cuestión de egoísmo, ni una cuestión de límites- sino de un caso dónde confrontan dos roles, el rol de padre y el rol de vicepresidente. Antes de este fatídico 18 de julio la posibilidad de que ambos roles, no ya se enfrentaran, sino que se pusieran en contacto, era impensada. Sin embargo ocurrió (y digo ocurrió aunque solo haya sido un invento de los medios). Y, en el dilema, Cobos prefiere a sus hijas. La familia es lo primero. Las hijas de Cobos deciden el futuro de un plan del gobierno. ¿Era mal padre Cobos si les hubiera dicho “chicas, sigan llorando, no salgan a la calle, tengo una responsabilidad como vicepresidente y voy a cumplirla, lo siento si les cae mal o si no lo entienden, este cargo tiene su parte buena –que ustedes saben disfrutar- y también su parte dura –que ustedes tendrán que aceptar-, pero yo voy a votar como me comprometí al asumir el cargo, es decir, respaldando a la presidenta”? Yo pensaba que cuando una persona se postulaba para vicepresidente tenía estos dilemas resueltos de antemano y la decisión era –salvo casos extremos de vida o muerte, donde por supuesto cabe la posibilidad de renunciar al cargo- siempre a favor del país y del funcionamiento de las instituciones.

“Traidor” es un tango
Cobos dijo que a él también lo había votado el 46% de la gente. Y es verdad, y también mentira. Sí es verdad que lo votaron, pero lo votaron como vicepresidente, no para gobernar sino para que respaldara a la presidenta, no para que vetara su proyecto de gobierno (aunque considerara que estaba mal lo que ella estaba haciendo, o que no era oportuno, o que había otras maneras de llevarlo adelante) sino para que lo apoyara. Si siguiéramos la lógica de Cobos, entonces el concejal 4º de La Matanza, que obtuvo más del 50% de votos tendría más poder de decisión y de gobierno que la Presidenta misma. Y aquí llegamos al otro tema: ¿es un traidor Cobos? Traidor es una palabra demasiado sanguínea, apta para definirlo en el momento de calentura pero no cuando la pasión va remitiendo. Es que traición es un acto que tanto se aplica a la amistad, como a las parejas, como a las relaciones dentro de un partido político o incluso entre delincuentes o mafiosos. Y acá estamos hablando de la votación del presidente del Senado, del vicepresidente de la república. A mí, que no lo voté, me importa poco que le haya fallado a los peronistas o a los radicales K, o incluso que haya burlado la confianza de CFK. Es que como ciudadana yo tengo derecho a exigir que Cobos cumpla con su mandato como vicepresidente, independientemente de toda relación partidaria o personal. Lo que Cobos hizo fue abandonar las responsabilidades de su rol, es al cargo de vicepresidente a quien Cobos le falló.
Mi desconcierto se eleva a la enésima potencia cuando escucho que algunos opinan que Cobos fue ético porque respetó sus convicciones. Por supuesto que no creo que Cobos haya tenido convicciones sino que votó por la lógica del rating. Me pregunto cómo es que si un vicepresidente tiene convicciones tan fuertes que lo llevan a votar en contra de la presidenta, nadie las haya conocido hasta el último minuto, ni él las haya fundamentado cuando dio su voto (ni siquiera después). Tampoco estábamos hablando de la pena de muerte, sino un porcentaje de aumento de una retención. Todo eso, no cuando el gobierno había dado muestras de ineficiencia, corrupción, defraudación, sino apenas comenzado su mandato. Más que una convicción lo de Cobos fue una posición, en el mejor de los casos, una opinión de que lo hacía para “pacificar el país”. Desde el punto de vista institucional esto es todavía más patético. Primero, porque demuestra qué argumentos tan subjetivos se pueden usar para dejar de lado las normas (¿no nos trae un eco de la “reconciliación” que pedía Menem cuando decidió los indultos?), y después, qué poca fé tiene Cobos en el poder de las leyes, en el funcionamiento del Congreso y en las intenciones (¿quien dijo que no eran destituyentes?) de quienes deseaban un “no” como respuesta. Siendo el presidente del Senado, pensó que una ley no iba a ser suficiente para parar a los caceroleros y afines! Como diría la Presidenta, un salto de calidad institucional (pero para atrás).
Pero bueno, aun cuando concedamos que Cobos votó de acuerdo con sus convicciones, lo que hizo no fue ético, porque la ética no pasaba por respetar sus convicciones (él no era el muchachito de la película) sino por respetar su rol (él era el vicepresidente, un rol menos romántico pero más serio). Sus convicciones son individuales, su rol es institucional y él es parte de una institución. Su compromiso no es con sí mismo sino con el país. A mí no me interesa que Cobos se quede tranquilo con su conciencia, este es un problema personal de él, a mí me interesa que cumpla con sus obligaciones institucionales. Esto es lo único que puedo –y debo- exigirle. Lo único que me da cierta garantía sobre la razonabilidad de sus actos. Y esto no tendría por qué dejar afuera a sus convicciones, porque sus convicciones estaban explicitadas de antemano (antes de lo que votaran) en el proyecto de gobierno que apoyaba como vicepresidente. Si luego las cambió es más bien agravante, no un atenuante. Las convicciones personales pueden ser acertadas o equivocadas, profundas o superficiales, compartidas o rechazadas, espontáneas o reflexionadas, oportunistas o inmutables, éticas o no éticas (un farsante puede tener convicciones), en fin, pueden reunir toda la gama de calificativos que le quepa a la acción y al pensamiento humano. Las convicciones de nadie, tampoco las de Cobos, vienen con garantía de razonabilidad (en este caso convencieron a muchos porque respetó la lógica del rating, pero podría haber sido al revés). Si no estaba de acuerdo con lo que debía votar (es decir si sus convicciones iban en sentido contrario y era para él tan importante respetarlas) podía renunciar al cargo. Es producto de una mirada individualista pensar que Cobos podía anteponer su conciencia o su persona a sus obligaciones como vicepresidente. Es pensar que el cargo es la persona, y que la persona se encuentra por encima del cargo, las instituciones, la sociedad o el país. Es otra formulación capciosa del dicho “la familia es lo primero”. Ni el senado ni ninguna institución funcionan como la suma de individualidades o intereses personales de sus miembros, sino con intereses y reglas propios de la institución, del conjunto al que representan. Está pactado de esta manera, no ahora, sino desde mucho antes. Por eso “traidor”, que se lo digan los peronistas y/o los radicales; para mí, es mucho peor. Porque su voto y la adhesión que provocó en mucha gente los veo como un retroceso, o mejor, una forma inmadura (¿todavía es tan joven nuestra democracia?) de percibir y comprender el funcionamiento de nuestras instituciones.
La Plata, julio de 2008
Isabel de Gracia

[i] También los siguió De Narvaez un año después.

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