Cuando era un adolescente, 13 o 14 años, íbamos con el Coqui y Gastón a la estancia El Verdún. Un centro tambero que había sabido ser de los más grandes del noroeste de la provincia de Bs. As. A 15 km de Baigorrita y a 7 u 8 de Quirno Costa. De esas Estancias con Capilla y Escuela propia. El negro Gómez, sobrino del encargado de la estancia, estudiaba con nosotros en el Instituto de Baigorrita y nos llevaba en el Citroen que le había comprado el tío para que todos los días fuera y viniera desde el campo a la secundaria y nos pasábamos toda la tarde y a veces nos quedábamos a dormir.
El lugar preferido para ir dentro de la estancia era al corral del Titi Mendez, un paisano muy serio y virtuoso con los caballos, curtido por la intemperie y el trabajo rural, de poco hablar y de instrucción básica. El Titi parecía que quería más a los caballos que a la gente. Los tusaba, los herraba y los domaba. Le molestábamos un poco por ahí, dando vueltas y hablando a los gritos o empujándonos como pavos. El Titi no decía nada. El sobrino del patrón era quien invitaba a los amiguitos del pueblo y no se decía nada más.
A menudo nos invitaba a montar el Negro Gómez. El un chico criado en el campo lo hacía muy bien. Gastón bastante lo dominaba bastante (Le gustaba lo telúrico), el Coquí se burlaba del caballo, del negro, del Titi, de lo telúrico y hasta del mismísimo José Hernández con todas las ediciones completas del Martín Fierro. Montaba horriblemente mal, pero fanfarroneaba como loco y siempre la culpa era del “caballo de mierda”.
Yo sentía un profundo temor, pero a su vez un orgullo cascarudo que me impedía reconocer que rechazaba la invitación por tener un cagazo bárbaro. Así que ninguneaba las invitaciones mintiendo. Zafaba visita tras visita con distintos pretextos. Que estaba cansado de andar a caballo, que me aburría, que montaba mejor que nadie, que esos pingos eran viejos y servían, para pasear ahí, en el patio nomás, que yo había desfilado con un centro tradicionalista de Junín y unas cuantas mentiras más. Siempre me las rebuscaba para salvarme del escarnio de montar y dejar demostrado ante mis amigos y el Titi que no había subido a un caballo en mi recalcada vida. A medida que pasaba el tiempo lo mío era una fuga hacía adelante. Prometía más y más, porque cada vez debía ser más grande la mentira para tapar mi limitación y a la vez el anterior pretexto que había salvado mi última negación, como ser “un día de estos te subo cualquier caballo de mierda de estos que tenés acá y te lo hago marcar el paso de costado”, que era una destreza criolla que había visto en algunos desfiles en el pueblo
Una vez no pude sostener más nada. Porque al final siempre llega el momento donde “hay que sostenener con el cuero lo que dice la jeta”.
Subí al “muñeco”, o mejor dicho lo trepe como pude. El “muñeco” un alazán hermoso, de clinas largas y una cola como peinada en peluquería, brilloso y serio como el Titi. Tenía en la frente una estrella blanca perfecta, media estirada, de su propio pelaje. Si lo veías contra el sol, reflejaba ese oro rojizo de una manera espectacular. Una estampa y una parada increíble pero más malo que cuchillo de telgopor. No me tiró en la primera de cambio. Se ocupó de pasearme unos 45 segundos conmigo flameando arriba de él, delante de mis amigos, el Titi, las hijas del Titi, la señora del Titi, el tío del negro, la tía del negro y tres o cuatro peones más que andaban por ahí, como para dejar en claro que nunca había montado ni una cebra en la calesita. Después me tiró. El resto de la historia es imaginable y previsible. Burlas, carcajadas y sorpresas, y por sobre todo el juramento propio de no volver a mentir de esa manera nunca más.
De alguna forma desde hace más de un año y medio, los poderosos de este país se parecen a aquel adolescente que fui. Claro que no mienten sobre algo inocuo, como el pretexto adolescente de no montar un caballo. Mienten y distorsionan muy feo y nocivo. Al sentir amenazados sus intereses y valiéndose de los medios de comunicación, que en muchos casos son de los mismos poderosos, siembran pánico para tapar el fondo de su preocupación.
El modelo de gobierno y de país que se lleva adelante desde el 2003 es, por primera vez desde Perón hasta hoy el modelo que apunta a una sencilla cuestión de fondo. Como se reparte la torta. Y hoy la torta se está empezando a repartir en forma más justa. Ya no son las migajas para los más vulnerables y toda la torta para el 10% más acomodado.
Claro... ¿quien se puede oponer públicamente a eso? Nadie. Entonces se intenta limar el poder del gobierno acudiendo a detalles de forma o directamente a mentiras, que al ser enunciadas por un medio de comunicación masivo toman una veracidad virtual que construye latiguillos.
De a poco y a medida que esas premoniciones no se cumplen, se van agregando otras cada vez mayores, porque al igual que yo con el caballo, hay que tapar el fondo y el pretexto mentiroso usado por última vez.
Así, aquí, ese poder económico con sus voceros de la dirigencia política y del periodismo, al mejor estilo de nostradamus ha venido vaticinando el caos y el final de este gobierno con distintos anuncios. A saber. “La plata de Santa Cruz”, “El dólar a $7” “El campo los tumba”, “En el 2009 nadie va a cosechar un grano de soja” (creció en un 7%), “Se partió el peronismo” “Se dispara el dólar y no lo van a controlar”, “Los 50 mil millones no están en el central”, “La inseguridad es insostenible”, “La crisis energética”, “La cartera de Cristina”, “El Doble Comando”, “La crisis internacional se viene con todo”, “Las Testimoniales” y la última invención “Se Chavizan los Kirchner, o se Venezualiza la Argentina, o se estatiza todo”
Mientras todo esto ha venido siendo anunciado en horas de conferencias de prensa, días enteros de reportajes, metros de diarios y revistas e interminables meses de emisión radial, el gobierno nunca dejó de apuntar ahí donde les duele a los poderosos. Al fondo. A la porción de torta. Todos los números de la economía son satisfactorios. Ni los más detractores pueden sostener en foros menos banales y payasescos que los de los medios, que el crecimiento del país es de características históricas y que la repartija de la torta empezó a ser un poco más justa. Pero a diario se liman los cimientos de un modelo que no beneficia a los de siempre.
Es difícil entender como el solo enunciado de cualquiera es más valedero que la realidad de cada una de las personas. Se repiten frases que instalan los medios. Aún quienes se han beneficiado con este modelo económico, repiten frases instaladas.
Pero tarde o temprano habrá que montar al “muñeco” no?. En algún momento ese alazán brioso, de buena estampa y de pelaje rojo oro contra el sol nos dará el fabuloso espectáculo de la verdad.
Gastón ya no vive. Al negro Gómez le perdí el rastro cuando terminó quinto año y salió eyectado de la estancia hacia la ciudad. El Coqui trabaja en un hospital público como radiólogo y se ríe como siempre de todo. Yo me volví más urbano y menos mentiroso y nunca más volví a montar un caballo. En cuanto al Titi Mendez... el Titi... Hace un par de años me lo encontré en el boliche de Molinari. Estaba animado por unas cuantas ginebras y mucho más viejo. Ahora vive en el pueblo. Sonriendo apenas, me dijo que siempre supo que yo jamás había montado un caballo.
El lugar preferido para ir dentro de la estancia era al corral del Titi Mendez, un paisano muy serio y virtuoso con los caballos, curtido por la intemperie y el trabajo rural, de poco hablar y de instrucción básica. El Titi parecía que quería más a los caballos que a la gente. Los tusaba, los herraba y los domaba. Le molestábamos un poco por ahí, dando vueltas y hablando a los gritos o empujándonos como pavos. El Titi no decía nada. El sobrino del patrón era quien invitaba a los amiguitos del pueblo y no se decía nada más.
A menudo nos invitaba a montar el Negro Gómez. El un chico criado en el campo lo hacía muy bien. Gastón bastante lo dominaba bastante (Le gustaba lo telúrico), el Coquí se burlaba del caballo, del negro, del Titi, de lo telúrico y hasta del mismísimo José Hernández con todas las ediciones completas del Martín Fierro. Montaba horriblemente mal, pero fanfarroneaba como loco y siempre la culpa era del “caballo de mierda”.
Yo sentía un profundo temor, pero a su vez un orgullo cascarudo que me impedía reconocer que rechazaba la invitación por tener un cagazo bárbaro. Así que ninguneaba las invitaciones mintiendo. Zafaba visita tras visita con distintos pretextos. Que estaba cansado de andar a caballo, que me aburría, que montaba mejor que nadie, que esos pingos eran viejos y servían, para pasear ahí, en el patio nomás, que yo había desfilado con un centro tradicionalista de Junín y unas cuantas mentiras más. Siempre me las rebuscaba para salvarme del escarnio de montar y dejar demostrado ante mis amigos y el Titi que no había subido a un caballo en mi recalcada vida. A medida que pasaba el tiempo lo mío era una fuga hacía adelante. Prometía más y más, porque cada vez debía ser más grande la mentira para tapar mi limitación y a la vez el anterior pretexto que había salvado mi última negación, como ser “un día de estos te subo cualquier caballo de mierda de estos que tenés acá y te lo hago marcar el paso de costado”, que era una destreza criolla que había visto en algunos desfiles en el pueblo
Una vez no pude sostener más nada. Porque al final siempre llega el momento donde “hay que sostenener con el cuero lo que dice la jeta”.
Subí al “muñeco”, o mejor dicho lo trepe como pude. El “muñeco” un alazán hermoso, de clinas largas y una cola como peinada en peluquería, brilloso y serio como el Titi. Tenía en la frente una estrella blanca perfecta, media estirada, de su propio pelaje. Si lo veías contra el sol, reflejaba ese oro rojizo de una manera espectacular. Una estampa y una parada increíble pero más malo que cuchillo de telgopor. No me tiró en la primera de cambio. Se ocupó de pasearme unos 45 segundos conmigo flameando arriba de él, delante de mis amigos, el Titi, las hijas del Titi, la señora del Titi, el tío del negro, la tía del negro y tres o cuatro peones más que andaban por ahí, como para dejar en claro que nunca había montado ni una cebra en la calesita. Después me tiró. El resto de la historia es imaginable y previsible. Burlas, carcajadas y sorpresas, y por sobre todo el juramento propio de no volver a mentir de esa manera nunca más.
De alguna forma desde hace más de un año y medio, los poderosos de este país se parecen a aquel adolescente que fui. Claro que no mienten sobre algo inocuo, como el pretexto adolescente de no montar un caballo. Mienten y distorsionan muy feo y nocivo. Al sentir amenazados sus intereses y valiéndose de los medios de comunicación, que en muchos casos son de los mismos poderosos, siembran pánico para tapar el fondo de su preocupación.
El modelo de gobierno y de país que se lleva adelante desde el 2003 es, por primera vez desde Perón hasta hoy el modelo que apunta a una sencilla cuestión de fondo. Como se reparte la torta. Y hoy la torta se está empezando a repartir en forma más justa. Ya no son las migajas para los más vulnerables y toda la torta para el 10% más acomodado.
Claro... ¿quien se puede oponer públicamente a eso? Nadie. Entonces se intenta limar el poder del gobierno acudiendo a detalles de forma o directamente a mentiras, que al ser enunciadas por un medio de comunicación masivo toman una veracidad virtual que construye latiguillos.
De a poco y a medida que esas premoniciones no se cumplen, se van agregando otras cada vez mayores, porque al igual que yo con el caballo, hay que tapar el fondo y el pretexto mentiroso usado por última vez.
Así, aquí, ese poder económico con sus voceros de la dirigencia política y del periodismo, al mejor estilo de nostradamus ha venido vaticinando el caos y el final de este gobierno con distintos anuncios. A saber. “La plata de Santa Cruz”, “El dólar a $7” “El campo los tumba”, “En el 2009 nadie va a cosechar un grano de soja” (creció en un 7%), “Se partió el peronismo” “Se dispara el dólar y no lo van a controlar”, “Los 50 mil millones no están en el central”, “La inseguridad es insostenible”, “La crisis energética”, “La cartera de Cristina”, “El Doble Comando”, “La crisis internacional se viene con todo”, “Las Testimoniales” y la última invención “Se Chavizan los Kirchner, o se Venezualiza la Argentina, o se estatiza todo”
Mientras todo esto ha venido siendo anunciado en horas de conferencias de prensa, días enteros de reportajes, metros de diarios y revistas e interminables meses de emisión radial, el gobierno nunca dejó de apuntar ahí donde les duele a los poderosos. Al fondo. A la porción de torta. Todos los números de la economía son satisfactorios. Ni los más detractores pueden sostener en foros menos banales y payasescos que los de los medios, que el crecimiento del país es de características históricas y que la repartija de la torta empezó a ser un poco más justa. Pero a diario se liman los cimientos de un modelo que no beneficia a los de siempre.
Es difícil entender como el solo enunciado de cualquiera es más valedero que la realidad de cada una de las personas. Se repiten frases que instalan los medios. Aún quienes se han beneficiado con este modelo económico, repiten frases instaladas.
Pero tarde o temprano habrá que montar al “muñeco” no?. En algún momento ese alazán brioso, de buena estampa y de pelaje rojo oro contra el sol nos dará el fabuloso espectáculo de la verdad.
Gastón ya no vive. Al negro Gómez le perdí el rastro cuando terminó quinto año y salió eyectado de la estancia hacia la ciudad. El Coqui trabaja en un hospital público como radiólogo y se ríe como siempre de todo. Yo me volví más urbano y menos mentiroso y nunca más volví a montar un caballo. En cuanto al Titi Mendez... el Titi... Hace un par de años me lo encontré en el boliche de Molinari. Estaba animado por unas cuantas ginebras y mucho más viejo. Ahora vive en el pueblo. Sonriendo apenas, me dijo que siempre supo que yo jamás había montado un caballo.
1 comentario:
Amigo: la comparación del relato con la actualidad me parece oportuna:¡en la cancha se ven los pingos!
Un abrazo fraterno
Rubén Américo Liggera
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